En una Vuelta donde el contexto se está imponiendo al contenido, se agradece la llegada del mito moderno del Angliru. Desde 1999, la cota asturiana se identifica con la ronda española como el Tourmalet se hermana con el Tour de Francia.
El Angliru sale al rescate de una Vuelta que se intuye más cansada que los propios ciclistas.
El Angliru, con sus doce kilómetros de ascensión, sus cuervas serpenteantes y el embrujo de su cima, frecuentemente habitada por la niebla y la lluvia, nos devuelve al ciclismo de raza y de pureza.
Un escenario ideal para la batalla que no se está librando. La victoria en el Angliru no se regala. No caben fugas consentidas. No se concibe el regalo. La gloria del maillot rojo precisa de su coronación en la cima, convertida en el símbolo de la carrera.
Escenario perfecto para una coronación
Vingegaard conoce el escenario. Su, por entonces, compañero de equipo, Primoz Roglic, le arrebató el triunfo en el aquelarre de los, en aquel tiempo, Jumbo Visma de 2023. Ahora parte como gran favorito.
El danés, que ganó en Valdezcaray con un golpe de pedal majestuoso —curiosamente, la cumbre menos favorable para sus características—no parece tener rival hasta Madrid. Se trata de engrandecer su dominio, emulando a su némesis ausente y siempre presente en los coloquios, Tadej Pogacar.
El Angliru sale al rescate de todos. De unos Movistar más peleones y atrevidos como antaño, pero raquíticos en victorias como nunca.
Las bazas de Castrillo o de Romo exigen acierto en la estrategia, sin olvidar la insaciable sed de los UAE, que suman cinco de once, porque la de Bilbao no cuenta, y del individualismo extremo de Juan Ayuso.
El Angliru llega en el mejor momento y sale al rescate de una Vuelta que se intuye más cansada que sus ciclistas.
Artículo publicado en la edición del Diario de Mallorca de 5 de septiembre de 2025.