Hautacam

Pronunciar su nombre es un resonar de tambores de combate. Los espíritus que habitan en sus laderas, en sus rectas infinitas, el alma de antiguas batallas, de gestas inolvidables y de los mitos que las protagonizaron, reviven cada mes de julio al llamar el Tour a su puerta.

Hautacam es el eco de un estallido, lleva nombre de trueno. Para la centenaria historia que tiene la carrera es un final reciente. La primera vez que se ascendió fue en 1994. El día en el que Indurain se despojó de su perfil de campeón introvertido y mostró su versión más ambiciosa, encarando el cuarto de sus cinco Tour.

En el coloso pirenaico vimos algo de lo mejor de Indurain, y el final de su era.

También fue Hautacam el escenario del final de la era del navarro. Un despiadado ataque de aquel ogro vikingo, el danés Bjarne Riis, avanzados los trece kilómetros de ascensión que tiene el coloso, nos despertaron del sueño de ver a Indurain conseguir su sexto Tour.  

Cuando los Pirineos preceden a los Alpes, puede que no den la victoria, sin embargo, sí que pueden significar la pérdida de las opciones para ganarlo.

Se juegan mucho Vingegaard y su guardia pretoriana. Algo hay en el semblante del danés que despista. Se le ve relajado, como si tuviera bajo control el plan ideado. La victoria de Simon Yates en Mont-Dore fue un golpe bajo para los emiratíes de Pogacar. No olvidemos que Vingegaard ganó en Hautacam en el 2022.

Estamos a pocas horas de un nuevo espectáculo. La cumbre que tiene nombre de trueno aguarda un nuevo estallido. Será la primera entrega del triduo pirenaico. Vingegaard se juega no perderlo, Pogacar, casi ganarlo.

Artículo publicado en la edición del Diario de Mallorca del 17 de julio de 2025

Sobre Fernando Gilet

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