Dejar enfriar las opiniones con fuerte propensión a la visceralidad es un ejercicio recomendable para la paz ambiental y para la salud mental.
Lo sucedido en Bilbao en la etapa sin ganador de la jornada de ayer, y hace unos días en el altercado de Figueres, demuestran que hay algo enfermo en muchas cabezas.
La presencia de un equipo como el Israel Premier Tech en la Vuelta no justifica lo que se vivió en Bilbao. Su participación no es una afrenta a nadie. Son corredores profesionales —la mayoría de nacionalidades muy alejadas de Jerusalén o Tel Avív— y su seguridad y la de todos sus compañeros de pelotón es tan respetable como la de cualquiera de nosotros, por muy sensibilizados que nos podamos hallar ante el desastre humanitario de Gaza.
La acción incendiaria pretende someter al organizador de La Vuelta a un chantaje político. Nada que ver con el deporte.
Cuando la política se entremezcla con el deporte, ya sabemos quién sale damnificado.
No conviene engañarse con sentimentalismos ufanos. Detrás de los sucesos de Bilbao hay poca conciencia humanitaria y sí mucha política.
La necesaria actuación de la UCI
No es una reivindicación limpia. No es más que un conato espurio de encrespar, dinamitar el orden social, cívico y deportivo. Cubren con una bandera la realidad de su amenaza a la seguridad de todos, con los ciclistas como coartada. Buscan el chantaje político con el humanitarismo de escudo.
Juegan con fuego. Comparten el odio de sus lejanos enemigos. Solo creen pensar diferente.
El ciclismo ha pasado por iguales o similares circunstancias. Superará tal sarampión. Sin embargo, sería conveniente que la UCI no mirase hacia otro lado. Los organizadores pueden cansarse de hacer frente en soledad a tales amenazas, tanto de unos como de otros. El incendio debe ser sofocado, incluso antes de que prenda.