¿Qué tiene el ciclismo que enamora? No siempre sucede. Se ha dicho hasta la extenuación. Los ciclistas son los que hacen grandes las carreras. Finistre estaba llamado a ser el juez inexorable de la carrera, como lo fue en el 2018 cuando Simon Yates perdió una minutada después del ataque insólito de Chris Froome a ochenta kilómetros de meta.
El día anterior, Yates se había quejado abiertamente de la estrategia de su equipo. El Visma Team llevaba agazapado toda la temporada, convertido en un segundón ante la asombrosa campaña de los UAE. Sin embargo, el Giro de Italia, la corsa rosa, la carrera más pura de todas, nos aguardaba una obra maestra para la etapa decisiva.
Yates se ganó el Giro de Italia y se hizo justicia a una carrera como la suya. Tercero en discordia, detrás del joven Del Toro y del combativo Carapaz, nos ha regalado una de esas jornadas memorables que después se escriben y reescriben para gloria de sus protagonistas y gozo del lector.
Una etapa para la historia
A cincuenta kilómetros de meta se gestó la hazaña. Del Toro, Carapaz y Yates se estudiaban. Aguantaban los avisos de lo que estaba por venir. Un azote definitivo del inglés que no encontró respuesta. ¿Exceso de confianza o inteligencia humana? Probablemente, un híbrido de ambas.
Los Visma Team estaban tejiendo una red letal para el líder de la carrera. El clamor vociferante del público que llenaba las cunetas del Colle delle Finesttre, vitoreaba al paso de los ciclistas, la gesta que estaban presenciando. Una multitud de aficionados se agolpaban en la cumbre que honraba al campeonissimo Fausto Coppi, en esta edición del Giro, conscientes del golpe maestro que se estaba gestando en la carrera.
Golpe maestro de Simon Yates. El tapado perfecto.
El australiano Chris Harper iba escapado con tiempo suficiente como para pensar que la etapa no corría peligro, como terminó sucediendo. La batalla crucial estaba a unos kilómetros de su rueda trasera.
El descartado Yates se aprovechó del desgaste que Richard Carapaz comenzó a infligir a Del Toro, prematuramente. El ecuatoriano y su equipo le estaban haciendo el trabajo a Yates. El inglés no se inmutó. Se mantuvo en su papel de paciente inglés. Del Toro y Carapaz le daban por acabado. Craso error. Uno de tantos de los que firmarían el derrumbe del mexicano y la frustración del ecuatoriano.
Del Toro y Carapaz se dedicaron a estudiarse, desdeñando a Yates y su equipo, el Visma Team.
De Toro se quedó solo, sin equipo. Por el contrario, en el descenso de Finestre emergía el mejor gregario del mundo: Wout Van Aert. El inglés se acopló a su rueda y se subió a un carro triunfal tirado por la clase y potencial del belga.
Roma aguarda
La gesta, el plan se cuadraba en un círculo perfecto. La carrera, la perseverancia, la dedicación absoluta al oficio pagaban la factura histórica que tenia el ciclismo con Simon Yates. Wout Van Aert volvía a reescribir el manual de perfección que encumbró a Vingegaard en el Tour del 2022.
En Finestre presenciamos una loa al ciclismo. Una gesta inolvidable que se encargaría de coronar el icónico ascenso a Sestreires. Allí donde tantos grandes escribieron su nombre con letras doradas.
Desde ayer, Simon Yates, tiene el suyo. Justicia poética. Metáfora de la vida. Roma y su eternidad, aguardan al campeón.