Gana la elegancia

Lo ha vuelto a hacer. Era la rueda más observada, el favorito más señalado. Mathieu Van der Poel ha conquistado Roubaix y la gloria a la que estaba predestinado.

La carrera se desarrollaba según el guion previsto. Es decir, cualquier posibilidad podía darse. Caídas múltiples, recambios de bicicletas y ruedas, pinchazos y un público entregado que alentaba y podía acariciar a los guerreros del pedal. No existe un espectáculo deportivo de máximo nivel donde el espectador escuche, sienta y perciba la emoción tan cercana.

Laporte secundaba a Van Aert y Jasper Philipsen a Van der Poel. Las dos estrellas más rutilantes que ha dado el ciclismo en años mantenían intactas sus estrategias. Guardarse y sobrevivir los primeros kilómetros de infierno. Del belga no había reseña acerca de las dolencias que había argüido horas antes de la carrera. Tiraba y hacía tiritar a sus compañeros de escapada con la clase que le caracteriza.

La baja de Laporte obligó a Van Aert a enfrentarse en soledad contra los Alpecin de Van der Poel.

Nombres selectos y escogidos en todas las apuestas al triunfo como Pedersen, Kung y Ganna mantenían opciones y posiciónes. No habían tenido la misma suerte nombres como Sagan, Mohoric o Asgreen, eliminados de cualquier preferencia al éxito en los entremeses de la jornada.

Podemos afirmar que la verdad arrolladora de la carrera comenzó faltando cien kilómetros  para llegar a Roubaix. La fuga de subalternos iba goteando segundos de diferencia respecto a un grupo de ilustres perseguidores, cada vez más próximos.

Van Aert había tocado arrebato. El pinchazo de Laporte, significaba un revés indeseable que reforzaba la estrategia de su gran rival, Van der Poel, pertrechado de escuderos de tan alto calibre como Philipsen y Gianni Vermeersch. La suerte se le ponía de cara a Van der Poel

El Bosque de Arenberg, la puerta del Infierno del Norte

Arenberg, santuario temido.

El Bosque de Arenberg se cobraba nuevas víctimas. Entre ellas, el último vencedor del único monumento que se corre en Francia, Dylan Van Baarle. La 120 edición nos iba a otorgar un nuevo vencedor. Nos adentrábamos en el bosque sagrado, santuario de leyendas

Arenberg impone respeto desde la distancia, un temor que para un ciclista jamás debe convertirse en miedo. Por algo se le conoce como la trinchera, Tranchée. Desde la frondosidad del oscuro bosque es fácil imaginarse a los avernos de Vercingetorix asaltar las legiones de Julio Cesar. La lucha obrera de las cuencas mineras del norte de la Francia de finales del siglo XIX, que inspiraron a Poulidor en sus dieciocho participaciones en la carrera, también habita en aquel lugar. En el subsuelo permanece el escenario del frente de la Gran Guerra, un hecho que condujo a que, a su finalización, la clásica pasara a conocerse como el Infierno del Norte.

Van der Poel se dirige hacia la gloria.

Este carrusel de motivos legendarios pone en contexto la mística del lugar. Respeto, culto y temor se adornan de fiesta gracias a los ciclistas que se adentran en el Bosque. Faltan noventa y tres kilómetros para la meta. Es difícil imaginar que la carrera se pueda ganar en Arenberg. Perderla es más que una posibilidad.

Un grupo de trece hombres van lanzados. Los supervivientes de Arenberg se disponen a la batalla definitiva. El duelo está servido. Las estrellas gemelas ya no se esconden. Alternan arreones y despedazan el grupo. Solo quedan Pedersen, Ganna, Philipsen y Degenkolb. El veterano ciclista alemán es un experimentado clasicómano. Por algo cuenta en su palmarés con dos Monumentos, uno de ellos, la Paris- Roubaix. Un desgraciado golpe de manillar le aparta de un nuevo triunfo después de arrollar a un espectador.

Se puede leer en el maillot de Van der Poel la palabra “Elegance”. La mejor para definir su triunfo.

Van Aert se ha quedado sin alianzas. Abre fuego y despierta a la bestia. La reacción de Van der Poel es comparable a un reactor de energía nuclear. Imposible detenerlo. Van Aert se encuentra con un nuevo pinchazo de coartada. Solo queda luchar por meterse en el podio.

Mathier Van der Poel rueda apolíneo agarrado e inclinado sobre  su manillar. El lateral de su maillot lo tiene escrito: Elegance. Es la majestuosidad hecha ciclista. Está firmando una nueva obra maestra en apenas tres semanas. El velódromo le aclama como el héroe que es. La estrella de su abuelo en el cielo brilla con más fuerza que nunca.

Van der Poel escoltado por Philipsen y Van Aert

Sobre Fernando Gilet

El Rutómetro de Fernando Gilet. Blog personal | IG @fernandogilet | Opinión, comentario y análisis de la actualidad ciclista de allí y de aquí con un toque muy personal.

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