Gino Bartali, ciclista “perbene”

Hay historias que el ciclismo nos regala casi en exclusiva. Hechos que merecen ser contados de todas las maneras, las veces que sea necesario. Nos teletransportamos a 1938. Adolf Hitler domina Alemania. El resto de Europa mira a otro lado, con desconfianza y un creciente temor. No interesa el sabor agrio de la vecina verdad. Prefieren pensar que el peligro no terminará por afectarles. Que las fronteras les salvaguardan. En Italia, Mussolini aplaca con su bota cualquier resquicio de libertad. Nadie quiere imaginar, que la cruenta pesadilla de la Gran Guerra se reproducirá, aumentada en proporción y magnitud. 

El ciclismo sigue rodando como tantas otras cosas. El Tour de Francia es una competición joven pero asentada. Hay expectación. Los políticos empiezan a querer emplear el magnetismo del deporte como plataforma de distracción política, aunque los ciclistas y los deportistas estén a otra cosa. Así se pudo comprobar en los últimos Juegos Olímpicos, cuando el primer atleta de raza negra, Jesse Owens, se convertía en el gran campeón de la cita, en el marco y contexto de una Alemania nazi, racista y militarista. 

El último Tour antes de la II Guerra Mundial

La 32ª edición del Tour de Francia trajo consigo cambios. Solo correrán selecciones nacionales, siendo así que, en la edición anterior, los ciclistas independientes habían causado diferentes problemas, al ser acusados de venderse a los equipos y adulterar la competición. 

Los franceses presentan a tres conjuntos de doce corredores: los seniors, los Francia Bleuets ― promesas en ciernes  ― y los Cadetes de Francia. El resto de los equipos favoritos son los que conforman Italia, Bélgica y Alemania. También correrán españoles, holandeses, suizos y luxemburgueses, todavía ejerciendo de comparsas de la carrera.

Una de las características será que se recorrerá el contorno de la geografía francesa en veintiuna etapas. Un acumulado de más de 4.600 kilómetros, unos mil kilómetros menos de las actuales distancias acostumbradas. Un verdadero festín para los aficionados y cronistas de la época, a costa de aquellos esforzados ciclistas, forjados en acero y con una capacidad de resistencia y de sufrimiento inigualables. 

La bandera nazi se elevará hasta lo más alto en la jornada inaugural del Tour. Pensar que, en poco más de dos años, la esvástica acabaría ondeando en los edificios más notorios del país, debido a la ocupación e invasión del ejército alemán un 14 de junio, era, por entonces, inimaginable. 

El ciclista alemán Oberbeck sería el primero en hacer elevar el emblema nazi con su victoria en 1938

Paradojas del destino, Willi Oberbeck sería el primero en provocar el alzamiento del emblema de la infamia e ignominia con su triunfo en la etapa inaugural, que unía París y Caen, de 215 kilómetros de trazado. Ni él mismo se podía imaginar que el azar histórico le convertiría en pionero, y que, curiosamente, la victoria más reseñable de toda su carrera se produciría en la región de Normandía. El mismo lugar donde se protagonizará el desembarco liberador de Europa a cargo de los ejércitos aliados.

El Tour, que comenzaba con la esvástica, lo acabaría ganando alguien que lucharía desde la discreción y con heroicidad, jugándose la vida, contra la ideología del terror y del exterminio del pueblo judío. Mussolini quiso emplear a Gino Bartali como prototipo de italiano de éxito en el periodo prebélico. Nacido en una familia de agricultores, de origen humilde y con una fuerza descomunal, contaba con una personalidad arrolladora. No sabían los prebostes italianos que lo que realmente movía ― a quien después se le conocería como el Monje volador ― era la bondad y una fe en Dios encomiable.  Era lo que se conoce en Italia como una persona perbene.

Gino Bartali, fue nombrado Justo entre las naciones y Ciudadano honorario de Israel.
Fotos: Mar de Fondo @PepeAAB1

La oculta y heroica gesta de Bartali

Bartali salvó a más de ochocientos judíos de morir en los campos de exterminio nazis. Un secreto que se llevó a la tumba y que solo años después de su fallecimiento se conoció. El causante fue un contemporáneo suyo,  colaborador en la empresa salvadora, que dejó este mundo en el 2003.  Ordenando papeles y objetos de su padre, los hijos del médico judío Giorgio Nissim desempolvaron un cuaderno en el que se podía sonsacar de una caligrafía, casi ilegible, la proeza de Gino; el bici mensajero de la Desalem, Delegación de Asistencia de Emigrantes judíos.

Durante la contienda mundial, el campeón del Tour de 1938 no se bajó de la bicicleta. Recorría las carreteras y caminos que perfectamente conocía en sus maratonianas jornadas de entrenamientos por la Toscana, ejerciendo de salvoconducto. Cuando los soldados del Eje le paraban era para fotografiarse con él, burlando los controles y escondiendo en los tubos del cuadro de su bicicleta la documentación elaborada por monjes y monjas de clausura, que sería utilizada para salvar cientos de vidas.

Así se descubrió esta historia de película. Gino Bartali nunca quiso contarla en público, empero ser, como buen italiano, un gran conversador. Entendía que hizo lo que debía y cuando alguien hace algo perbene es suficiente.  “El bien se hace, pero no se dice, ¿si no qué bien es ése?”. Así era el gran campeón que quiso mantener esta historia en silencio, como afirmó su hija años después de su partida.

Gino Bartali, un gigante y leyenda del ciclismo universal.
Fotos: Mar de Fondo @PepeAAB1

Sobre Fernando Gilet

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